“La timidez es una condición extraña del alma, una
categoría, una dimensión que se abre hacia la soledad. También es un
sufrimiento inseparable, como si se tienen dos epidermis, y la segunda piel
interior, se irrita y se contrae ante la vida.” Pablo Neruda
Me presento con ustedes, fui la Mujer Invisible.
Desde pequeña aprendí a hacerme invisible, cuando
sentía ganas de llorar, me ocultaba en algún rincón oscuro, alejado de todos, y
con las manos ocultando la cara, lloraba en silencio, en sollozos espasmódicos
imperceptibles. Luego me lavaba la cara y salía a sonreír a la vida.
Mi voz siempre fue suave, y fina, como un hilo de
seda. En la escuela, no hablaba, y la maestra acercaba su oído a mi boca para
escuchar la lección. Mis compañeros no me veían, eso me resguardaba de las
burlas y chistes. Hasta que me obligaron a usar zapatos ortopédicos y estos no
eran invisibles, al contrario, eran enormes y llamativos, hacían mucho ruido al
caminar, todos los veían venir de lejos y me decían: “¡Eh, Pulgarcito!”.
La vida de una mujer invisible, es en cierta medida
fácil, porque sumida en el silencio de las lecturas de novelas, una no se mete
en problemas y se evade del mundo. Ese siempre fue mi lema, evitar
complicaciones con los demás, decir ¡sí señora! ¡sí señor! Y seguir oculta en
la invisibilidad. Así transcurrió mi vida.
En el secundario, era tan invisible, que solo una
amiga lograba verme, tanto así que una profesora nos apodó a ambas “las mudas”,
las demás ni siquiera sabían que estabamos ahí, en el medio del salón,
camufladas.
En la universidad, casi todo seguía igual, pero
algunas profesoras eran más agresivas con “las mudas” que lograban identificar,
y trataban de sacarlas del sistema, donde según ellas, no tenían lugar… y me
hicieron llorar, a escondidas, y en silencio en algún baño de la facultad de
Humanidades de la UNNE. A pesar de ellas terminé la carrera.
Cuando comencé a trabajar en la docencia, delante de
mis alumnos, me dejé ver, así como soy, alegre, con muchas ganas de vivir y de
dar lo mejor de mí.
Después conocí el amor, mi hombre invisible. Nos
casamos casi en secreto, sin fiesta, sin iglesia. Solo cuatro firmas
certificaron el hecho.
Años después, quedé en cinta, pero poca gente me vio
embarazada, pues no podía salir de la casa, además una panza tan grande
llamaría la atención.
Y un 14 de junio, en una madrugada fría y gris,
nació una niña. Pasaron varios meses, todo iba perfecto. Hasta que me di cuenta
de que mi hija no me veía, no me escuchaba, ni siquiera se percataba de que
estaba ahí. Cuando lloraba no podía calmarla, cuando la llamaba por su nombre
no me oía, no me miraba a los ojos. Para ella su mamá y su papá eran
invisibles. Solo percibía los objetos.
Entonces me di comprendí que no quería ser invisible
para mi niña, ya nunca más sería la Mujer Invisible. Así comencé la difícil
tarea de que ella aprendiera a verme, no solo a mí, sino a todo el mundo.
Comenzó de esa manera un recorrido incansable en
búsqueda de una solución, médicos, psicólogos, psiquiatras, curas, brujas,
exorcistas, etc.
Cuando se acabaron las posibilidades en el Chaco,
llevé a la pequeña a Buenos Aires, allí en la gran ciudad sabrían los
estudiosos doctores porqué mi hija no me podía ver, ni oír. Durante el viaje en
el colectivo, ella se sentía feliz, lo recorrió de punta a punta, probó todos
los asientos, encendió y apagó todas las lucecitas. Cuando se hizo de noche, de
tanta emoción no podía dormir, y como ella no percibía a nadie, pues su mundo
era como el planeta de El Principito, gritaba y se reía. La gente no la entendía,
y se pasaron chistando para que ella callara, sin saber que era en vano. Con
episodios similares fui perdiendo la invisibilidad.
Los doctores de la capital se reunieron,
cuchichearon un rato, y luego le pusieron un nombre, la llamaron “autista”.
Que nombre tan feo me dije, no me gusta, y me puse a
llorar en la calle, ya no a escondidas.
Desde aquel día decidí pintarme de colores, colgarme
flores en el pelo, guirnaldas en el cuello y llenar mi boca de palabras, de
poesías y de canciones. Desde ese día decidí cambiar el rumbo de mi vida, y
dejar de ser la Mujer Invisible.