-Asi que te llamás Roberto Carlos. ¡Igual que el
cantante!- dije con cierta malicia- ¿ Y también querés tener un millón de
amigos?
-¡No! Mi nombre es Carlos Roberto. No es lo mismo.-
corrigió él impaciente.
-Sí. Es lo mismo. Solo cambia el orden. ¿Y cómo te
gusta que te llamen? ¿Roberto
o Carlos?
-Me estás cargando. Llamame Carlos.
-Pasa que me acostumbre a nombrarte por tu apellido,
como en la escuela primaria, no me sale decirte Carlos. Pero lo voy a intentar.
Esa es la primera charla que recuerdo haber tenido con
Carlos. Hasta ahora me cuesta llamarlo así. Aunque la primera vez que lo vi fue
realmente hace mucho más tiempo, doce años antes para ser mas precisa, en 3er grado de la
escuelita del barrio, cuando mi mamá era la maestra y para llamarla yo le
tironeaba el guardapolvos, porque no podía decirle mamá o mami, no quedaba
bien, o al menos eso me parecía.
En esa época era yo muy tímida, en extremo. Algunos
pensaban que era muda por lo tanto invisible también.
Por eso es que Carlos apenas se acordaba de mí. Su
único recuerdo de mi persona que había sobrevivido de aquel año, fue que yo era
la hija de la maestra. Nada más.
Pero yo si que lo recuerdo. Como olvidarme del chico
más lindo del grado. Del corazón roto porque había sido elegida segunda
princesa y estaba tan lejos de ser la compañera del rey, que por supuesto, no
era otro que él. Para mi desgracia en el salón había una rubia hermosa, que se
ganó todos los votos y fue elegida la reina de la primavera. Ella para
festejarlo organizó una fiesta en su casa.
Recuerdo que soñaba con que el rey, con su dorada corona*, me sacara a
bailar, pero solo bailé con la escoba. Que desilusión.
Pasó ese año, el inolvidable 1983, no volví a ver al rey del grado hasta mucho
tiempo después.
Estaba yo en 4to año de la escuela Normal y él iba al
Nacional, colegios rivales en Resistencia. Nos encontrábamos a diario en la
parada del colectivo. Y allí renació el idilio unipersonal. Él apenas me miraba
para esbozar un simple "hola".
Yo quería hablarle pero no me
animaba, seguía siendo tímida. Lo miraba eso sí, y sin disimulo, pues estaba
segura de que no corría riesgo de que se diera cuenta, pues era la época en que
me hacía invisible. Me gustaban sus ojos verdes, su nariz respingada (que le
valió más que algún sobrenombre) y me encantaba su hermosa cabellera llena de
rulos.
Sin embargo, un
mediodía esperando la línea 8 él me habló
y charlamos un ratito, hasta que... llegó SU NOVIA! Pues sí ¡Tenía
novia! Qué desgracia, para mí por supuesto, porque a él se lo veía feliz. Lo
seguí viendo en la parada y en el colectivo y en el barrio hasta terminar la
secundaria, eso sí siempre, siempre, bien acompañado.
Luego lo olvidé, porque a esa edad se olvida rápido.
Pero dos años después la vida lo puso en mi camino, lo crucé de nuevo en el
verano del 94 por el Barrio. Se detuvo a saludarme como nunca lo había hecho
antes, yo había dejado de ser invisible. Él ya no tenía novia, me vio por
primera vez y ¡me invitó a salir! De ese encuentro casual es que surgió ese
diálogo inicial.
Quien lo diría, el rey del grado, por fin me invitó a
mí a ir a bailar, al Club Social nada menos. Obvio que fuimos, y era tan
caballero que pagó mi entrada porque yo siempre andaba con la moneda justa para
viajar en el colectivo.
Recuerdo que salimos del baile, adentro hacía mucho
calor, nos sentamos en el piso, la espalda contra una pared, bajo el cielo
estrellado una noche de enero, fuimos afuera a charlar. Y fue allí, por fin, me
dijo las palabras que tanto había deseado escuchar todos esos años pasados:
-¿Querés ser mi novia? - me preguntó muy resuelto (en
aquella época algunos aún se usaban esos convencionalismos), pues además hacia
un año que se había ido a Buenos Aires a la escuela de policía y como él me
contó allí le formaban el character y la disciplina.
Entonces yo lo miré, lo miré bien a los ojos, para no
perder detalle de su expresión al responderle:
- Y ahora que te cortaste los rulos me lo preguntás.
Si eso era lo que más me gustaba de vos.
*Según me contó mamá Roberto Carlos o Carlos Roberto
le preguntó si el rey podía llevar una corona, a ella le dio ternura su carita
y su inquietud. Por supuesto que sí le respondió. Al día siguiente se presentó
con una gran corona dorada que le había fabricado su mamá para la ocasión.
29 de agosto de 2016