miércoles, 23 de mayo de 2018

La multa

Cuando llegué al Chaco me encontré con una sociedad bastante distinta a la que me había visto crecer. Caminar por las veredas de Resistencia me produce estrés. Pensar que estaba acostumbrado a escuchar el lema "la inseguridad es una sensación". Sin embargo, llegué a la conclusión de que esa es una mirada parcial, propia de un típico porteño encerrado en su mundillo capitalino. Pero volvamos aquí. Caminar por una vereda resistenciana se convierte en una especie de ley de la jungla o de sálvese quien pueda. Se debe andar con ojos en la nuca pues nunca se sabe cuando un motociclista podría pasarte por encima en plena peatonal o bien, la manga de motos que pasa en rojo en pleno cruce de avenidas. Aprender a vivir en Resistencia es un reto diario. La falta de educación de su gente no es solo privativa de las clases bajas, la ciudad se caracteriza por su desobediencia a las reglas, todos son transgresores por excelencia. Les encanta regodearse por haber evadido un control de tránsito o zafar de la multa por circular con carné vencido. En pleno centro donde se supone solo viven los adinerados se suelen formar basurales como montañas en los bulevares. Un vecino agotado de tanto trabajo sedentario en su oficina bancaria tira su bolsita de residuos en la esquina, el doctor lo vio pero lejos de denunciarlo arroja la suya al lado. Justo abajo del cartel "prohibido arrojar basura". Uno de considerables características se formó en la esquina de mi edificio.
Cierto día, el portero me pasó una carta con membrete anaranjado. Era de la Municipalidad: Sr. Mártires, por la presente lo notificamos de una multa de $3.666 que deberá abonar en el transcurso de cinco días hábiles. Su falta: arrojar residuos en la vía pública. Desconcertado, con la multa en mano, caminé hasta el edificio municipal. Al cruzar el umbral me envolvió la sombra, no tienen luz en el vestíbulo. Una vidriera y atrás tres personas tomando mate. Quizá me convertí en fantasma pues ninguno notó mi presencia en la penumbra. Les golpeé el vidrio hasta que uno de ellos, imperturbable, me preguntó qué necesitaba. Les expliqué el motivo de mi inquietud. Se miraron entre sí con complicidad pero amablemente me respondieron: -Vaya al sector de reclamos, camine hacia su izquierda, llegue al patio interior, allí golpee en la puerta de marco anaranjado y hable con Romina. Hice el trayecto indicado. Golpeé y me atendió un muchacho. Saludé cortés, y pedí hablar con Marina. - No hay nadie con ese nombre señor. Por favor, no recordaba como se llamaba. Entonces le expliqué mi problema. -Ah. Usted quiere hablar con Romina. Ey! Robles, la viste a la Romi. - Salió. Si quiere puede esperarla. Ahí tiene una silla. Me senté. Esperé. Miraba el reloj en la pared con su aguja cadenciosa y cansina. Marcaba las 7.30 a.m. El minutero acababa de dar 28 vueltas cuando apareció una joven. Era ella. Entró y comenzó a prepararse un café. Encendió la pc que demoró 5 minutos en arrancar y luego me llamó. Volví a explicar por tercera vez mi problema con la multa. - Entiendo su postura señor. Y me encantaría poder ayudarlo pero ese reclamo corresponde a la oficina de residuos orgánicos. Suba la escalera y doble a la... derecha o izquierda era Ramón? - DERECHAAA- le contestan desde el fondo. Salí de la ofinicita con olor a humedad y caminé por el patio polvoriento, regado de cenizas y colillas de cigarrillos aún humeando. Ascendí las escaleras afianzado mi bastón (vale aclarar que no tienen ascensor). Una ventana rota dejaba entrar un rayo de luz, pues los vidrios estaban tan cubiertos de tierra que parecían de una casa abandonada. Me sumergí en ese laberinto kafkiano, en una pintura surrealista. Golpeé la puerta y la abrí como indicaba el cartelito. Allí me encontré con un oficina idéntica a la de abajo, pero el olor a mate cocido reconfortó mis pupilas. Volví a explicar el porqué de mi reclamo. El empleado se rasco la cabeza y llamó al jefe de la sección. Un gigantón pesado y bonachón me hizo seña para que me acercara. Me hizo sentar. Y vuelta a explicar el asunto de la multa. Pero sonó su teléfono. - Disculpe. Debo atender. Habló diez minutos con una tal Aída. Se notaba su malestar, se levantó con dificultad y revolvió unos papeles, dio unas cuantas órdenes a sus subalternos y regresó minutos mas tarde. Cuando se reacomodó en su sillón desvencijado me pidió que comenzará de nuevo mi relato. - Entiendo su problema señor Mártires y lamento que lo haya hecho esperar media hora más. Pero nosotros nos encargamos de controlar y no solucionamos ese tipo de problemas. Usted debe hablar con el juez de faltas. Salí de allí indignado ante la burocracia y el sistema. Había perdido media mañana de trabajo, un montón de saliva y seguía debiendo $3.666 de una multa. Continué mi odisea por los pasillos de la Municipalidad en búsqueda del juez. Pregunté en una oficina y en otra y otra más. Hasta que di con la correcta. Me atendió una señorita que desentonaba con el ambiente deplorable. Era una morena treinteañera de cabellera rubia y curvas abundantes. Su sonrisa cándida renovó mi ánimo. Pedí hablar con el funcionario. Pero no estaba. Había salido a hacer un trámite. Tendría que esperarlo. Me indicó una silla plástica en un rincón. Me senté a esperar. Me entretuve observando a la muchacha: ella se acomodó en un escritorio añejo organizó unos papeles con pereza para despejar la mesa. Luego se preparó el mate. Cebó el primero con azúcar y lo sorbió con un gesto cómico, una mueca que le torció la cara y arrugó la frente. Luego se tomó otros. Cuando estuvo a punto me ofreció: - ¿Un amargo don? Estiré el brazo para aceptarlo... Pero... ¡¡Crac!! La silla se rompió y quedé patas arriba y mirando el techo (que por cierto, tenía telarañas). La joven se deshizo en disculpas tratando de ocultar su risa. Una hora después entró el juez. Primero observó la silla rota y luego nos saludó. Entró a su oficina con la secretaria. Alcance a oír unas carcajadas y luego me hicieron pasar. - Señor Juez vengo a pedirle que revoque está multa. Se me acusa de haber tirado basura en la esquina de Avalos y Entre Ríos. Soy un ciudadano responsable. Esos residuos no son míos. - Pero sr. Mártires si han encontrado entre la basura un papel con su nombre y apellido entre las ramas del árbol podado. - Y me explica usted cómo puedo yo tener un árbol para podar en el balcón de un metro cuadrado de un octavo piso? - Comprendo señor. Haré un acta para revocar la multa. Pero en vista de lo ocurrido en la sala de espera usted deberá abonar otra multa por destrucción de bienes públicos para reponer la silla dañada. Cuando desperté, la multa aún estaba ahí.