De pequeña
era muy malcriada.
Pero malcriada
es, en realidad, un término erróneo según mi papá. Él era el as del
diccionario, se sabía la ortografía y el significado de todas las palabras
(perdón, de muchas, no le gustaba que generalice); todos los días se sentaba
con sus tres tomos de enciclopedia Larousse de 1950 para aprender más vocablos
y para resolver crucigramas. El corregía a la gente y decía:- No es malcriada, es
muy mimada que es distinto.
En los años
de las vacas gordas, me dieron todos los gustos, mamá me compraba cuatro
vasitos de yogur por día, que en esa época era toda una novedad.
Mi papá siempre
fue un hombre sensible, él no podía verme llorar, se desarmaba. Y yo lo sabía.
Por eso, cada vez que estaba invitada a un cumpleaños y mi mamá compraba un
regalo, lloraba para recibir uno también. Ella me explicaba que era para el
cumpleañero y aparentemente yo entendía. Todo marchaba bien hasta que mi papá
volvía de su negocio.
Una vez mamá
compró para la hijita de su amiga, una hermosa cocinita, la cual yo, con cuatro
años, "necesitaba" tener para preparar la comida a mis hijas. Le
insistí en que no quería ir a la fiesta, con la clara intención de quedarme con
el juguete. Pero mamá, que era maestra, y había leído los seis tomos Aprender a
ser padres, no aflojaba, deseaba que yo entendiera que el regalo no era para
mí. Sabía que ella no desistiría de su postura. Así es que dejé, como otras
veces, que pasaran las horas. Lo esperaba a él, a mi salvador.
Cuando mi
papá llegaba de trabajar ahí comenzaba la escena. Me largaba a llorar con tanta
congoja, que mi papá le preguntaba a mi mamá:
-Qué le pasó
para que llore así.
-No puede
entender que no es su cumpleaños- y ella volvía a explicar y explicarme de nuevo las razones. Pero a mí no
me importaban, lloraba más aún.
Entonces mi
papá, mi ídolo, mi héroe, mi ejemplo a seguir en la vida, me llevaba a la
juguetería que estaba a unas cuadras de casa en Formosa capital. Y esa vez, me
dijo:
-Elegí lo que
te guste hija- sin pensar en el precio, porque él era así, generoso. Nunca
olvidaré ese día.
Recuerdo el
mostrador de madera del negocio, y los juguetes en estantes que llegaban hasta
el techo, miraba todo, no me decidía. Quería una muñeca de trapo patas largas
que estaba de moda pero no tenían. Entonces la vendedora me mostró una muy
diferente pero también de patas largas. Una muñeca que nunca había visto antes
y de la que me enamoré a primera vista. Era estilizada, de un pelo negro
brillante y enrulado, y en la cabeza una coronita dorada. Sus ojitos azules con
grandes pestañas se abrían y cerraban. Me fui a casa con el mejor regalo del
mundo: Una Barbie Mujer Maravilla.
(Mami:
Gracias por haberte desarmado con mis lágrimas una mañana de invierno en 1981
mientras me abrazaba llorando a la cintura del Imo. Me elegiste el mejor papá y
nos quedamos juntos, los cuatro. No me alcanzan las palabras para agradecerte tanto.)
Resistencia,
3 de septiembre de 2016
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